A veces, las rayas de los gatos aceptan su condición de pegoteo de corpúsculos y ondas, se dan permiso para diluirse y, gracias a ello, se transportan con mayor facilidad.

Una raya de gato (semi) conocida me hizo ver que el sol de enero ya se había terminado a que rato. Con enero, precisamente.

Con ello quería decir exactamente eso, que fin.

La raya esta, que para qué andamos con cuentos, es bien exagerada, me dijo también que los fines se acompañan de actos, "actos finálicos", según dice ella describe la enciclopedia Britannica. Patrañas, obvio.

Pero a toda exageración, concededle algo de credulidad, digo yo. Algo de atención al menos. Y si la atención te coge de sorpresa y te lleva al entusiasmo, dale con la exploración. Si ésta resulta atractiva, comprométete y lánzate al acto.

Así las cosas, las reflexiones (re-flexión, distinto de meditación, que es más bien la no flexión, ojo con eso!) han llevado a la raya de gato hablante, al acto de la desaparición física de la realidad que probablemente rodea al lector de estas palabras.

En un acto finálico lleno de significados y significantes, se dará por agotado el sol de enero que acompañó tan gratemente al gato y sus rayas, dentro de las cuales me encuentro. Este acto se desarrollará -sólo por un asunto simbólico, o siendo honesta, por darle un caché o cierto efectismo emocionante- desde un aeropuerto conocido, en pocos días más.

Aunque no lo conozco mucho, sugiero a Spinetta para estos momentos.

carpe diem,

Rayadegato